Article publicat a La Vanguardia el 20 de desembre de 2010
Se retiran, cesan, se despiden varios dirigentes políticos catalanes y, sobre todo en el PSC y en ERC, se habla de la imperiosa necesidad de alentar la aparición de caras nuevas que se hagan cargo de la situación surgida tras las elecciones del 28 de noviembre. Algunos de los posibles recambios de Montilla y Puigcercós aducen que el debate no debe ser sobre nombres sino sobre ideas, y no sabemos si lo dicen para frenar los rumores o porque, en realidad, piensan que los conceptos pueden separarse de los liderazgos. Espero que, en su fuero interno, no duden ni un segundo de algo fundamental: en política, las ideas que mueven un proyecto están soldadas a la personalidad de quienes las dirigen, las interpretan y las convierten en decisiones. Por ello es absurdo plantear una discusión sobre los caminos que tomarán PSC y ERC al margen de la discusión sobre el perfil de aquellos que deberán encabezar estas siglas. El liderazgo no es la guinda que corona un proyecto político escrito al margen de su principal valedor, sino una suma de voluntad, visión y conceptos.
Es más difícil parir ideas que sirvan para redibujar un relato político que borrar las caras que se han quemado en una contienda democrática. Pero el alumbramiento de líderes es una tarea donde los anhelos personales y la formulación de un nuevo proyecto avanzan en paralelo, surgiendo de una sutil, laboriosa y oscura dialéctica entre las intuiciones de un grupo reducido de individuos y las fuerzas que estos consiguen reunir bajo un mismo estandarte. Tomemos un caso clásico para ilustrar lo dicho: J. F. Kennedy no era todavía el líder de la Nueva Frontera cuando el 2 de enero de 1960 anunció que competiría en las primarias del Partido Demócrata para obtener la nominación de candidato a la presidencia de EE.UU. Las ideas del mítico presidente se amasaron a medida que su equipo iba ganando una batalla durísima contra los otros aspirantes y contra los diversos sectores que le veían como un senador mediocre y un millonario hijo de papá. La paradoja es que la mayor resistencia interna provenía inicialmente del ala más progresista del partido, que se vio luego rebasada por un programa presidencial de un reformismo ambicioso. Kennedy todavía no sabía cómo sería Kennedy cuando se lanzó a la piscina, y lo descubrió sobre la marcha.
Regresemos a nuestro país y al presente. Socialistas y republicanos deben arremangarse. En cierto modo, el PSC está llamado a refundarse, aunque en la calle Nicaragua no usen este verbo, por ser excesivamente dramático. Esquerra Republicana, en cambio, necesita encontrar su centro de gravedad en un mapa político que, como explicó muy bien ayer en estas páginas Carles Castro, está sometido a mutaciones de largo alcance. Sin ideas claras (bien a salvo de la táctica y el marketing circunstancial), los nuevos líderes no podrán asumir este desafío, y de nada servirán tampoco las brillantes teorías si, a la vez, no aparecen figuras de calado que las sepan adaptar a la realidad.
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