Hay pactos y pactos. Está, en primer lugar, el pacto del que nos hablaba hace poco, desde estas páginas, Rafael Nadal. Un pacto de los partidos catalanes ante los grandes retos del país. Un pacto de solidaridad preciso - ahora que no es parlamentariamente necesario-para defender en Madrid los intereses de Catalunya con una sola voz. La sola voz que reclamaba Mañé i Flaquer - hace un siglo-para que Catalunya fuese escuchada. Coincido con la necesidad de este pacto, que he defendido hace tiempo, concretado en cuatro objetivos: estructura del Estado, financiación, grandes infraestructuras y administración de justicia. Y hasta tal punto he afirmado su necesidad, que también he sostenido que su imposibilidad y falta serán una prueba decisiva de la mala salud del país, carente de aquella vitalidad propia de una nación viva. No hay que olvidar nunca que las naciones también dejan de serlo por desuso.
Pero existe otro pacto - el pacto bilateral entre España y Catalunya-,que una parte de los catalanes, seguramente creciente, considera la única vía posible para encauzar el que antaño se llamaba problema catalán y hoy es percibido correctamente como el problema español. Así lo entiende el profesor Antoni Castells, quien, en la presentación de un libro de Josep Ramoneda - Contra la indiferencia-en el Cercle d´Economía, ha dicho: "En España, el centro no ha sido capaz de absorber la periferia, y la periferia no ha sido capaz de separase del centro. Ante esta situación, hay que pactar". Comparto el análisis - incapacidad para absorber e imposibilidad de separarse-,hasta el punto de que lo he reiterado en muchas ocasiones. Pero ahí termina mi coincidencia con Castells. Él auspicia - así me lo parece-un pacto entre España y Catalunya, que se limitarían a concertar sus respectivos intereses sin compartirlos, como si de dos entidades absolutamente autónomas se tratara, en el marco de una relación bilateral (es decir, confederal). Yo, en cambio, defiendo una revisión del pacto constitucional entre todos los españoles en términos de igualdad, para reformar la Constitución en sentido federal, desarrollando - a tal efecto-el Estado autonómico, sobre la base de que existen algunos intereses generales compartidos por todas las comunidades (a fin de cuentas, el Estado federal es una variedad del Estado unitario).
Preciso mi pensamiento en tres puntos: 1. Lo que Catalunya proponga a España, a través de una hipotética solidaridad catalana, no tiene por qué ser aceptado necesariamente por el resto de los españoles. 2. A España le interesa más una Catalunya independiente que una Catalunya ligada a ella por una relación bilateral, ya que, dado el extraordinario efecto mimético que Catalunya ejerce sobre el resto de España, su estatus bilateral se generalizaría con la consiguiente implosión del Estado. 3. Consecuentemente, España debe considerar la posibilidad de que Catalunya se independice si no acepta, por no convenirle, el marco de un Estado federal.
Debo añadir que la reivindicación del concierto económico que se propone llevar adelante CiU es - ami juicio-una versión reducida del pacto bilateral España-Catalunya postulado por Castells y, por tanto, tengo por seguro que será rechazada por España. La razón es la misma. Si Catalunya lo logra, ¿por qué no Valencia, Aragón, Baleares, Andalucía, etcétera? Se me objetará que lo tienen el País Vasco y Navarra. Cierto; es una anomalía histórica. Basta con una.
Doy por descontado que mi punto de vista es aislado y que, por consiguiente, los próximos tiempos contemplarán una marejada confederal, es decir, la búsqueda d´una miqueta d´independència.Frente a ella, creo que España debería optar por el repliegue, operación de enorme dificultad y muy distinta de la retirada. España precisa hoy replegarse para saber adónde la han llevado la cerrazón interesada de unos y la insoportable levedad de otros; para inventariar sus recursos, que son muchos, y ponerlos en disposición de ser utilizados; para precisar de forma clara qué es lo que quiere, hasta dónde puede llegar y cuál es el límite que jamás pasará; y para ejecutar, por último, las operaciones precisas para el logro de sus objetivos.
De acuerdo con este esquema, sostengo: 1. Que la única forma de preservar hoy la unidad de España es desarrollando el Estado autonómico en sentido federal, de modo que todas las comunidades autónomas tengan una relación idéntica con el poder central (federalismo simétrico funcional), aunque la extensión de sus competencias sea distinta (federalismo asimétrico material). 2. Que los dos grandes partidos españoles han de promover - buscando el consenso de las demás fuerzas políticas, pero sin que su logro sea un requisito imprescindible-una reforma constitucional que desarrolle en sentido federal el Estado autonómico, fijando además con claridad el reparto de competencias (sin cortapisas), y dejando por último - last but not least-la puerta abierta para que la comunidad que así lo decida pueda marcharse. Difícil. Lo sé.
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