Viure comparant-se

Ens mirem el melic contínuament a l’hora que ens volem vendre com l’avançada d’Espanya, la locomotora econòmica, el súmmum de l’emprenedoria, el “colmo” de la innovació. Però tot això no ho podem posar a l’agenda sense comparar-nos. No amb nosaltres. Sinó amb ells. Ells com si fos un contrari, un rival, un enemic. Una mena de serp verinosa que ens impedeix d’expressar-nos. Som la pera. Però no podem ser llimonera perquè ens posen obstacles a tot arreu. Algun estudi diu que els catalans estem perplexos. La perplexitat és la meva esperança. Perplexitat i crisi econòmica seran els elements, conjuntament amb l’autogovern, les palanques del canvi d’actitud i de pensament que han de permetre, per fi, que ens mirem a nosaltres mateixos, els objectius que volem aconseguir i els reptes de futur que afrontem, comparant-nos amb nosaltres mateixos. Les comparacions són odioses, sí. Insuportables si el què tenim davant és un mirall en el qual mirar-nos. De moment; el nou model de finançament ens resta excuses per no voler mirar-nos al mirall. I ara, doncs, què fem? Jo ho tinc clar; mirar-me a mi, i aprendre dels altres. Estiguin al sud, al nord, i sí. De l’oest també se n’aprèn. I molt.

dimecres, 22 de desembre del 2010

"El PSC y el animismo" de Jordi Font

Article publicat a El Pais el 21 de desembre de 2010

Últimamente, vienen proliferando las apelaciones a las supuestas "dos almas" del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). No es nuevo. Se trata, a veces, de una simple muleta retórica, útil para despejar algún análisis que se resiste. Otras veces, sin embargo, parece tratarse de algo bastante peor: de un conjuro de magia negra, del enésimo y nostálgico empeño por convocar el mal que no fue, por ver de darle cuerpo. Es decir, por ensayar, una vez más, la cristalización de Cataluña en dos comunidades contrapuestas, hegemonizadas por los extremos: de un lado, por los catalanes temerosos y reactivos ante las capacidades asimiladoras de lo español, reacios a las mezcolanzas y, así, proclives a la xenofobia; y, del otro lado, por los andaluces, murcianos, aragoneses, etcétera, que pudieran estar dispuestos a devenir contra-sociedad en Cataluña, a ejercer como avanzadilla asimiladora (el cínico cálculo de los jerarcas franquistas a propósito de la inmigración española en Cataluña). Este ya fue el escenario de confrontación al que tendieron algunos nacionalismos exasperados e inversos, desde primeros del siglo XX hasta hoy mismo: tanto el fenómeno lerrouxista y sus posteriores amagos como las sucesivas ensoñaciones a lo "Nosaltres sols".

A ello responde, hoy, de nuevo, la proliferación de médiums empeñados en convocar las "dos almas" del PSC, esos espíritus cuya misión sería hacerse con el socialismo catalán, tirar de él en sentidos contrapuestos hasta hacerlo pedazos, para poder así, a continuación, poseer la política catalana. Podrían hacer de Cataluña un infierno. El PSC, sin embargo, se fraguó a la medida de estas fuerzas obscuras y les es inmune o más inmune que nadie. Se trata, para el PSC, de viejos y desdentados demonios familiares, casi ya inofensivos por conocidos y gastados, motivo de chanzas festivas más que un peligro real.

En efecto, el PSC fue creado, en 1978, contra los atavismos que podían frustrarlo, contra el animismo primigenio que lo negaba y lo impedía. No se trataba de prescindir de las identidades, sino de evitar su dictadura y su irracional confrontación, con la consiguiente fractura social. Y se hizo de forma contundente. La receta: una voluntad obstinada de proyecto compartido, un designio ineluctable de causa común, con la cual pudieran identificarse los intereses y anhelos de toda la Cataluña trabajadora y, por extensión, de toda la ciudadanía. Frente a identidades petrificadas y en conflicto, identificaciones compartidas de futuro. Solo un gran partido socialista podía hacerlo, capaz de unir la diversidad, de promover un proyecto transformador e integrador. Y, como ocurre en todas partes, un partido socialista capaz de movilizar, no solo a los sectores sociales a los que representa más directamente, sino también a los sectores centrales de la sociedad, a aquellos que dan la hegemonía cultural y la mayoría electoral; es decir, un auténtico partido nacional (en nuestro caso, expresión genuina de los intereses de Cataluña). Ello es tanto como decir un partido capaz de erigirse en eje del catalanismo, de un catalanismo orientado hacia la izquierda, no nacionalista, ligado a la idea de una Cataluña innovadora y abierta, integradora, fiel a su futuro, obstinada por establecer una relación solidaria y justa con España, en el marco sine qua non de un esquema federal, plurinacional y policéntrico.

Un paréntesis al respecto. Algunos "progres" españoles se lían o juegan sucio: afirman que no corresponde al PSC ser catalanista, que no es lo suyo, que en ese terreno "siempre va a ser mejor el original que la copia" (mejor CiU que el PSC). ¿Dirían lo mismo del PP y el PSOE? ¿O entienden que el PSOE no puede abandonar la idea de España a la derecha? Me temo que no se limitan a ello, sino que hasta comprenden e incluso celebran los episodios en que el teórico federalismo del PSOE queda en mero rehén del nacionalismo del PP. Y que algunos incluso verían con buenos ojos un pacto PSOE-PP o viceversa que pusiera en cintura al "nacionalismo" periférico, porque el nacionalismo español no sería tal, sino pura "visión de Estado". Una visión desde la cual, en España, no cabría ni el proyecto español compartido del PSC ni la "conllevancia" hoy triunfante, trufada de independentismo estético. Por el momento, parece que no cabe el primero y sí cabe la segunda. En cualquier caso, sea en España o en Cataluña, sin necesidad de caer en estos u otros excesos, la credibilidad nacional de cualquier partido que quiera ser mayoritario resulta elemental e inexcusable. Aunque no se trata de una mera cuestión táctica: ningún socialista debería olvidar que el socialismo es el compromiso con todas las emancipaciones humanas: políticas, sociales, culturales, sexuales, medioambientales... y nacionales.

Decíamos: partido socialista, partido capaz de gobernar y, en consecuencia, partido nacional catalán. Pero no solo. Hacía falta también que este partido promoviera una concepción abierta de la cultura, capaz de acoger, reconocer e integrar a la población inmigrada, cuando fue solo de origen hispano como cuando llegó de todas partes. En este sentido, el PSC fue pionero de lo que posteriormente vino en llamarse "interculturalidad", en las antípodas de la "multiculturalidad" separadora: teorizó e impulsó el modelo de la "sociedad crisol", en la cual debía acomodarse la diversidad cultural, sin crear guetos estancos, sino en régimen abierto y de interrelación permanente, dando lugar a que fuera la selección social la que acabara determinando los ingredientes de la cultura común, de una cultura catalana permanentemente actualizada y plurilingüe. Un proceso que sigue su lento curso y, al cabo del cual, es fácil imaginar una fusión especialmente atractiva. Iba acompañado del imprescindible compromiso de todos en relación con la lengua catalana, la lengua específica del país, la que se juega su existencia en este preciso paisaje. Tres eran las coordenadas:

-La escuela común, con el dominio por todos del catalán como del castellano (mediante "inmersión" donde hiciera falta), para que todos tuvieran igualdad de oportunidades y para que ninguna de las dos lenguas quedara socialmente rezagada.

-Para la población adulta, bastaba con que entendiera las dos lenguas, de modo que nadie se sintiera forzado a cambiar de lengua para ser entendido; y con el derecho de todos a ser atendidos, por la Administración, en la lengua deseada.

-Y la discriminación positiva del catalán: la que se desprendía de su condición de lengua específica del país (y, pues, de su toponimia, de su rotulación básica, de su sistema institucional...); y la que correspondía a su desigual relación con la hermana gigante: la lengua castellana, la tercera del planeta, con 400 millones de hablantes.

Un modelo cultural y lingüístico alabado y distinguido por las correspondientes autoridades europeas, que no ha producido ninguna conflictividad social digna de mención, sino que ha neutralizado o atenuado las que eran de esperar, que ha sido defendido por ayuntamientos metropolitanos, centrales sindicales, asociaciones vecinales, grandes colectivos de maestros y profesores como de madres y padres de alumnos..., y que es uno de los más abiertos e integradores que existen. Por eso mismo, no gusta a los animistas.

Como no les gusta el PSC, artífice fundamental de este modelo y baluarte de la unidad civil del pueblo de Cataluña contra las viejísimas ánimas que querrían poseerlo, azuzadas por los conjuros de los médiums que suspiran por manejarlas a su antojo. El PSC fue y es, como corresponde a un gran partido, un abanico amplísimo de identidades, de querencias, de orientaciones. Cada quien con su almita singular, hecha de retazos, amores y desgarros variopintos. El PSC es muchas cosas. Pero jamás fue "dos almas". No habría nacido. Si nació y existe es porque tomó la medida y doblegó a esas fuerzas obscuras. Es más: hizo de ello su razón de ser y puso en ello su emoción, día tras día, año tras año, etapa tras etapa. A quienes lo vivimos, nos cambió, nos hizo crecer, nos enriqueció, como solo enriquece el acceso al otro, la prodigiosa ampliación de horizontes que supone. Por eso, nos rechinan los oídos cuando, desde la ignorancia o la peor intención, alguien apela a las tópicas "dos almas". El PSC fue y es una voluntad reiterada de proyecto compartido, un imperativo pertinaz de causa común. Este es su código genético. Si quieren, esta es su alma, única y obstinada. Por más que les pese a los animistas.

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