Tras mi último artículo, una lectora me pregunta con cierta acritud: "¿Qué pretende, al decir que el PSC ha de tener una sola alma? Temo lo peor". Pensando en otros lectores, opto por dar respuesta pública.
Señora: Como tantas veces, para explicar lo que se quiere decir hay que contar una historia. Érase que se era, a inicios de la transición, un grupo de jóvenes socialistas de extracción pequeñoburguesa, universitarios y catalanistas, con unas expectativas electorales menos que modestas, y - sin contacto con ellos-un amplio filón de votantes procedentes de la inmigración y potencialmente socialistas, carentes de líderes locales. La pregunta era entonces quién llenaría, en Catalunya, el vacío dejado por los anarquistas, decisivos durante la Segunda República. La solución fue genial: el pacto entre el PSC-Congrés de Joan Raventós y el PSOE de Felipe González, que cristalizó en Socialistas de Catalunya, coalición que obtuvo un éxito espectacular. Los socialistas ganaron las primeras generales con 10 puntos por delante del PSUC y a gran distancia de los nacionalistas. Pero, además, la fórmula se reveló trascendente: evitó la fractura social - el lerrouxismo-e hizo posibles políticas - como la normalización lingüística y el sistema educativo-inviables en otro contexto. Puig Salellas lo vio claro: "El PSC no es, por ejemplo, el Partido Socialista de Euskadi, porque en Euskadi no han existido, y sí aquí, els nois de Sant Gervasi,un curioso grupo social, formado en la Universitat de Barcelona de los años 60 y 70 del siglo pasado, que, de repente, con todos los gastos pagados, había descubierto a un señor que se llamaba Karl Marx (...) Pero pocas bromas, porque estos chicos, hijos de buena casa, se han salido con la suya. Porque, conscientes o no, desde un gran empirismo, han acabado imponiendo su catalanismo, un catalanismo que necesariamente había de ser contenido, porque era una ideología que no compartía el otro sector del partido; en definitiva, la gente que, elección tras elección, fielmente les daba los votos. Este es, sin duda, uno de los grandes misterios de la política catalana de estos últimos años, porque, al hacerse mayores, las élites de aquellos votantes - en definitiva, las élites de la inmigración, desde Montilla hasta Manuela de Madre (...)-han entendido que (...) necesitan más poder y más recursos para satisfacer las demandas de sus electores, y resulta que todo esto se ha de ir a buscar a Madrid, y entonces (la) excusa sólo puede ser el catalanismo (...)".
Todo ello se vio facilitado por el hecho de que, hasta el congreso de Sitges, en 1996, la dirección del partido estuvo en manos de una de sus almas - la catalanista-,mientras que la otra se fogueaba en la política municipal. Pero el acceso de esta al puente de mando y la posterior llegada al Palau de la Generalitat de dos presidentes socialistas, uno de cada alma, no supuso en ningún momento la fusión de las dos en una sola - un proyecto político propio, compartido y sostenido por un amplio sector de la población-,sino que el PSC, víctima del que denomino síndrome Lluís Companys - "A veure si ara també direu que no sóc catalanista"-emprendió, con la aventura estatutaria, una deriva que ha ido fatalmente más allá de la reivindicación de un Estado federal, para aproximarse a posiciones soberanistas. No es extraño, por ello, que un votante socialista de siempre haya dicho: "A mí, el PSC me ha puesto cuernos".
En esta percepción se halla una de las causas - no única, pero sí importante-de la debacle socialista. Una debacle que el PSC sólo superará si es capaz de formular un proyecto político propio, que las dos almas hagan suyo tras recíprocas concesiones. A mi juicio - y por lo que respecta al tema decisivo de la estructura del Estado-este proyecto se debería vertebrar sobre cuatro puntos: 1. Reconocimiento del hecho nacional catalán a todos los efectos: simbólico, de autogobierno y de financiación. 2. Reconocimiento de los vínculos de todo tipo - históricos, actuales y crecientes-que unen a Catalunya con España. 3. Afirmación de que el Estado federal - no el confederal-es la única fórmula susceptible de dar encaje a esta realidad compleja. 4. Decisión de intervenir en la política española a través de un grupo parlamentario propio. El votante al que me he referido, dotado de una rara capacidad de síntesis, resumía así estos cuatro puntos: "Más contar con España y menos contar con el PSOE".
No será fácil lograrlo. Una de las dos almas habría de renunciar al sueño independentista que subyace en todas las formulaciones bilaterales o confederales; y la otra habría de admitir el grupo parlamentario propio del PSC en el Parlamento español. Una y otra alma deberían ser capaces de hacerlo, pues el mayor activo de ambas es precisamente su complementariedad. Sólo de este modo el PSC podrá ser el otro partido: el otro partido que Catalunya necesita. Porque, cuando sólo hay un partido, no hay tal partido, sino un movimiento. Reciba, en todo caso, mi atento saludo.
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