Viure comparant-se

Ens mirem el melic contínuament a l’hora que ens volem vendre com l’avançada d’Espanya, la locomotora econòmica, el súmmum de l’emprenedoria, el “colmo” de la innovació. Però tot això no ho podem posar a l’agenda sense comparar-nos. No amb nosaltres. Sinó amb ells. Ells com si fos un contrari, un rival, un enemic. Una mena de serp verinosa que ens impedeix d’expressar-nos. Som la pera. Però no podem ser llimonera perquè ens posen obstacles a tot arreu. Algun estudi diu que els catalans estem perplexos. La perplexitat és la meva esperança. Perplexitat i crisi econòmica seran els elements, conjuntament amb l’autogovern, les palanques del canvi d’actitud i de pensament que han de permetre, per fi, que ens mirem a nosaltres mateixos, els objectius que volem aconseguir i els reptes de futur que afrontem, comparant-nos amb nosaltres mateixos. Les comparacions són odioses, sí. Insuportables si el què tenim davant és un mirall en el qual mirar-nos. De moment; el nou model de finançament ens resta excuses per no voler mirar-nos al mirall. I ara, doncs, què fem? Jo ho tinc clar; mirar-me a mi, i aprendre dels altres. Estiguin al sud, al nord, i sí. De l’oest també se n’aprèn. I molt.

divendres, 17 de desembre del 2010

"Los próximos cuatro años" de Ferran Mascarell

Article publicat a La Vanguardia el 9 de desembre del 2010

Si todo va normal, la legislatura que ahora empieza durará hasta finales del 2014. Suena lejano, pero pasará deprisa. El 2014 será un año de previsible subidón simbólico. Se cumplirán 300 años de los hechos del 11 de septiembre que sustenta la vindicación nacional de los catalanes. Es de suponer que en cuatro años va a coincidir la reflexión sobre el pasado lejano y unas nuevas elecciones autonómicas. No sé si para entonces habremos comprendido - y hecho comprender-que los aspectos más singulares del malestar social y el estrés político que se vive en Catalunya tienen que ver con el sobreesfuerzo que supone el inacabable pleito político entre Catalunya y el Estado. En realidad todo acaba en lo mismo. Las herramientas políticas que posee la autonomía catalana y su capacidad de intervención en las políticas del Estado son cuando menos insuficientes.

El problema de fondo que se viene arrastrando desde tiempo inmemorial es que el Estado actúa con criterios demasiado alejados de los intereses de los ciudadanos de Catalunya. Sin herramientas de Estado adecuadas, es difícil afrontar la crisis y el paro. Sin herramientas y poder, difícilmente se articula un nuevo industrialismo, una decidida economía del conocimiento, una mejor educación o se modifican los principios culturales de fondo. Sin un Estado predispuesto no se consigue una financiación más adecuada, infraestructuras avanzadas y políticas económicas a la altura de las circunstancias. Ese es el punto en el que muchos se confunden. El problema actual de los catalanes - como lo ha sido durante casi 300 años-es la incomodidad con la acción del Estado.

No lo es una supuesta obsesión enfermiza con la identidad. Incomodidad e identidad se vienen dando la mano desde hace siglos. El catalanismo que hemos conocido no hubiese existido con un Estado más proclive a defender los intereses políticos, económicos y culturales de los catalanes.

Todo apunta a que la nueva legislatura será necesariamente pragmática - la crisis obliga-.Pero se equivocan quienes piensan que menguarán las cuestiones de la identidad. Se hablará más que nunca de catalanismo, de soberanismo, de federalismo y de independencia, y en realidad sólo se estará hablando de la crónica incomodad de los catalanes con el Estado español actual. Tal vez se entienda que la sentencia contra el Estatut ha sacado del armario un proverbial pudor histórico de la sociedad catalana a enfrentarse con el Estado, a hablar de él, a imaginarlo, a hacerlo propio. Los resultados electorales indican que ha ganado quien mejor ha sintetizado la idea de que Catalunya es una nación, una nación que no quiere aventuras independentistas, pero que ha perdido el miedo a pensar en ello; una nación que desea más Estado, compartido o exclusivo, pero en cualquier caso mucho más eficiente.
 
Mi apuesta es que perderán protagonismo la independencia o el federalismo de manual y tomarán consistencia formulaciones mucho más precisas sobre el modelo y la forma de Estado que Catalunya necesita para salir adelante. Se hablará más del Estado como sinónimo de la herramienta eficiente capaz de defender los intereses de ciudadanos que viven en Catalunya y menos del Estado como abstracción. Se hablará del Estado en términos reales, como una geometría variable de soberanías repartidas entre las competencias autonómicas, las que posee Europa y las que administra el Estado central. Tal vez la sociedad catalana se atreva a dibujar con precisión qué Estado quiere y a establecer las alianzas para lograrlo. Veremos. Los acontecimientos de 1714 confirmaron que la construcción del Estado español se haría desde una matriz castellana, con una capital - Madrid-que se quería como París, con la lengua de Castilla como argamasa cultural, con la política y los instrumentos del Estado absolutamente centralizados. Desde entonces todas las políticas se destinaron a esos fines. Los burgueses catalanes se acostumbraron a mirar el Estado de lejos. Pedían aranceles proteccionistas y el préstamo de las fuerzas de orden cuando los obreros se revolvían. La pequeña burguesía se acostumbró a mirar el Estado como algo impropio que imponía impuestos y daba pocos servicios. Los trabajadores catalanes se acostumbraron a ver el Estado como represor y absolutamente contrario a sus intereses; por eso arraigó el anarquismo. Con pocas excepciones, el Estado ha sido visto como algo lejano, inoperante, propiedad de otros y escasamente útil en la defensa de sus intereses culturales, económicos y políticos. Pocas generaciones se han sentido cómodas con él. La fuerza y las leyes impuestas adjudicaron a Catalunya un papel secundario en la construcción del Estado moderno. Ese es el problema de fondo que nunca se ha conseguido resolver. La incomodidad de los catalanes y sus anhelos de identidad se fundamentan en ello y no en una manía de la identidad por la identidad.Tal vez la proximidad del 2014 servirá para recordar que cuando el Estado es eficiente y propio gran parte del anhelo de identidad se absorbe en la práctica política democrática.

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