Poco se está hablado de cultura en esta campaña electoral. Sólo los típicos actos electorales destinados a dar algún titular a los candidatos para el corte de televisión; algunos manifiestos con firmas más o menos ilustres. Lástima. Lo cultural no está en la campaña y sin embargo es lo que establece hasta dónde una sociedad es capaz de avanzar y escoger las mejores opciones. Paradójico. En nuestra sociedad es dominante la idea de que la cultura es sinónimo de entretenimiento o evasión. Incluso los creadores y profesionales de la cultura parecen poco motivados por los programas electorales; casi nadie mueve las cejas; las posibles subvenciones futuras aconsejan prudencia. Lo cultural se ha simplificado hasta límites grotescos. Ha sido ubicado en una especie de limbo especializado y dedicado al entretenimiento. El verdadero sentido de la cultura se ha distorsionado hasta hacerlo irreconocible. Quizás por todo ello la movilización en favor de la cultura ha desaparecido del proceso electoral.
La cultura es el fundamento de nuestra identidad individual y colectiva, de nuestra capacidad creativa y de nuestra convicción innovadora, de la calidad de nuestro progreso y de los principios que impulsan la cohesión social y democrática de la comunidad. Una sociedad siempre se despliega desde la cultura, y es muy especialmente importante tenerlo en cuenta en tiempos de crisis y de cambios sistémicos, como los actuales. Nuestro tono cultural está bajo y la campaña ni tan sólo incita a hacer la crítica de las políticas culturales desplegadas durante los últimos cuatro años.
Las cosas no siempre han sido así y que ahora lo sean no es una anécdota. Que la cultura entendida como compendio de ideas y opciones propositivas de carácter humanístico, científico y artístico sobre nuestro futuro (inmediato y lejano) no aparezca en campaña es un indicador de las muchas inercias que atenazan nuestra vida colectiva. La falta de relato cultural extiende todavía más el peligroso virus de la desafección. Creo que el olvido político y social del sobreesfuerzo cultural que Catalunya necesita es el principal problema de fondo de Catalunya y el que más condiciona su futuro. Catalunya precisa de un voluntarioso esfuerzo colectivo a favor de la cultura; no hay otro modo de romper la inercia que domina en muchos ámbitos de nuestro país, potenciar nuestra cartera de conocimientos y fortalecer nuestros desdibujados valores. Sólo un sobreesfuerzo cultural permitirá mejorar los contenidos que producimos, los productos, los procesos y las organizaciones que generan nuestra riqueza y aseguran nuestra convivencia. Esta campaña parece haber olvidado que el principal capital colectivo que posee Catalunya es la cultura.
Pienso que un país vale lo que vale su cultura, que un país es sobre todo un sistema cultural, que un país funciona bien si el capital cultural lubrica el sistema de vasos comunicantes que asegura el despliegue conjunto y armónico del sentido de identidad, la creatividad, el progreso y la convivencia. Sólo desde la preeminencia de lo cultural se podrán construir identidades más abiertas y democráticas; sólo desde climas culturales favorables se consolidan países más creativos e innovadores.
Sólo cuidando el capital cultural las sociedades asegurarán un progreso sostenido y sostenible. Sólo una gran convicción cultural hace posible que las comunidades gestionen con éxito la complejidad del mundo global que está en cada barrio de nuestras ciudades. Repito: un país vale lo que vale su cultura; no sólo su PIB, como bien dijo Galbraith en su último y testamentario libro.
Me parece enormemente contraproducente que una campaña electoral tan importante no tenga en el debate cultural uno de sus puntos de referencia. Poco o nada se dice o se discute sobre la calidad de nuestro conocimiento, la idoneidad de nuestros valores, la sociedad que deseamos, el país que estamos construyendo o el futuro al cual aspiramos. El futuro de Catalunya tiene su mejor fuerza motriz en la fuerza de su cultura, y el fortalecimiento de un sistema cultural privado, asociativo y público de calidad, ambicioso y muy autoexigente debería ser motivo de análisis, debate y pacto, además de compromiso explícito por parte de quien aspire a gobernar Catalunya. Me cuento entre quienes creen que el peculiar puzle de instituciones públicas deslavazadas existentes no favorece el despliegue cultural y el enorme potencial de la cultura catalana.
Unas elecciones autonómicas sin apenas debate cultural suponen un empobrecimiento general. Sin cultura disminuye la gama de las opciones posibles que puede ofrecer la política. Sólo culturalizando el relato político será pensable una política más eficiente; sólo será posible avanzar si mejoramos el vínculo entre cultura y sociedad, si reforzamos el capital cultural global del país. Sólo así tomaran sentido tangible conceptos como sociedad del conocimiento, innovación, excelencia, democratización, rigor, autoexigencia e internacionalización. Sólo así conseguiremos acabar con las inercias del pasado y abrir paso a las múltiples mejoras, reformas y transformaciones culturales que nuestro país precisa.
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