Decía Einstein que la separación entre pasado, presente y futuro, aunque tenaz, sólo constituye una ilusión. Era un sabio y posiblemente tenga razón. Sin embargo, los humanos vivimos en esa ilusión. Necesitamos comprender el pasado, entender el presente y tener una idea de hacia dónde vamos. Sin combinar esas tres ilusiones la sociedad humana se hunde en la incertidumbre, la ansiedad y el estrés. Frente a todo ello sólo cabe una receta: preguntar qué país queremos y tratar de obtener respuestas.
Los partidos y los medios de comunicación están ya en plena campaña electoral. Nos preguntamos quién ganará. Y sin embargo, paradójicamente, apenas escuchamos respuestas a nuestras preguntas de fondo. ¿Cómo hacer frente a una realidad desbocada? El paro, por ejemplo, atenaza la vida de un 20% de nuestros compatriotas y a un 40% de jóvenes. El déficit del Estado se ha disparado (12%); obligará a un recorte de gasto social que afectará al bienestar de todos, especialmente a las clases medias y populares. El Estado de bienestar no podrá garantizar las prestaciones actuales. Nadie sabe cómo crear oportunidades para los jóvenes, ni cómo evitar la inquietud de los mayores. La edad actual de jubilación no parece sostenible. El sistema de pensiones puede quebrar en 25 años; por cada trabajador habrá un jubilado y un joven que mantener. Un modelo productivo que no es nada competitivo en un mundo global. Nuestro papel en Europa es escaso y se aleja del nuevo centro del mundo. España parece incapaz de salir de su laberinto de intereses primarios; no consigue ser un Estado eficiente, igual para todos quienes en él viven. El país no tiene el mínimo proyecto compartido. La política se muestra incapaz de recuperar la confianza de los ciudadanos. La gente no percibe lo que hoy es Catalunya, sus deficiencias, pero también sus ingentes potencialidades.
No conseguimos salir de nuestro tono social ciclotímico. No sabemos evitar nuestro simplismo sectario y cainita. En cada una de esas afirmaciones se esconde un pozo de preguntas y sin embargo apenas las formulamos. Es propio de los humanos no hacerse las preguntas pertinentes, dice con razón Joaquim Coello.
No deberíamos estar pensando en el resultado electoral, sino en cómo resolver los serios problemas que nos atenazan. Ningún partido puede garantizar por sí solo respuestas creíbles y verdaderas. La realidad es demasiado complicada y los retos muy complejos. El mundo está materializando una metamorfosis profunda y en casa seguimos pensando a la antigua. Nos atenazan cuatro crisis simultáneas: modelo económico, sistema político, relaciones con España y cambio de modelo social, con la consiguiente transformación de valores. Es imposible salir bien parados de ellas sin renovar nuestras viejas ideas, sin buscar consensos sociales más creativos, sin desplegar liderazgos más exigentes y sin aceptar responsabilidades de un modo compartido. Habrá que aceptar algunos sacrificios. Nadie en solitario –dirigente o partido– podrá dar respuestas adecuadas. Las viejas recetas han caducado. Los apologistas neoliberales del mercado han quedado fuera de juego y la socialdemocracia anda desconcertada. La mística de las grandes palabras (independentismo, federalismo) no afronta las preguntas de fondo sobre la crisis del modelo de sociedad.
La cercanía electoral difumina, más si cabe, las preguntas y las respuestas, oscurece el proyecto de país en juego, incrementa los temores cotidianos de las gentes y las aleja de un horizonte más esperanzado. Lo escribió Isak Dinesen: Todas las penas se pueden soportar si las ponemos en una narración o nos cuentan una historia; es decir, si sabemos hacia dónde caminamos. Si las elecciones no se adelantan tenemos casi diez meses por delante. Usémoslos para mejorar nuestra maltrecha narración colectiva. Produzcamos nuevas ideas y nuevos consensos políticos y sociales, exijamos liderazgos más decididos y aceptemos responsabilidades más repartidas y mejor compartidas. Ya casi nadie atiende a la sistemática del disenso, a la cantinela de que el oponente lo hace todo mal, al quién da más, a las etiquetas sin contenido.
Sabemos que antes o después de las elecciones habrá que fabricar nuevos consensos y renovar los viejos idearios. Catalunya reclama, más allá del resultado electoral, una amplia concentración social y tal vez política; parecen necesarios unos pactos generales de Catalunya para afrontar el futuro (los de la Moncloa a la catalana). Hay que orientar un proyecto de país, a medio plazo y compartido, que nos permita recobrar el orgullo y gestionar el porvenir. Las épocas de gran metamorfosis exigen ideas y consenso, pero además exigen liderazgo y responsabilidad. Las próximas elecciones las ganará quien mejor sepa reescribir un proyecto creíble para Catalunya, quien mejor sepa convencer a los ciudadanos de que liderará buscando consensos sociales no partidistas, quien busque con mayor convicción la respuesta a las preguntas verdaderas y sepa decirnos hacia dónde caminar. Einstein tenía razón, el futuro es sólo una ilusión, pero no sabemos vivir sin ella.
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