Hay que reconocer que, hasta esta noche del 9 al 10 de mayo de 2010, era difícil no dudar, por no decir no dejarse llevar por el pánico. En el cara a cara entre los mercados y Europa, y, más concretamente, entre los mercados y la zona euro, esta última parecía llevar las de perder. A partir del nuevo acuerdo alcanzado en Bruselas -resultante, a su vez, de la reunión de los dirigentes de la zona euro del pasado 6 de mayo- tenemos buenas razones para recuperar la esperanza. Es como si la crisis obligara a los Gobiernos y a las naciones que parecían querer alejarse de ella a retomar el camino de Europa y de la Unión Europea.
En efecto, esta crisis ha vuelto a traer al primer plano una cuestión central que los Gobiernos habían descuidado u ocultado: la de la apuesta por la integración o, al contrario, por la desintegración europea. Iniciada en Grecia, esta crisis, que se ha convertido en un verdadero cuestionamiento del conjunto de la construcción monetaria, hacía de la "mano invisible" de los mercados un verdadero gobierno mundial arbitrario y absolutamente sesgado que terminó arrojando serias dudas sobre la supervivencia misma del euro. El hecho de que, el lunes, los mercados parezcan haber reaccionado bien demuestra que esta vez los dirigentes europeos vislumbran, si no el final del túnel, al menos la perspectiva de controlar mejor la situación.
Pero entre la puesta en marcha de este "maxiplan" de defensa de la zona euro (más de 800.000 millones de garantía, es decir, más de lo necesario para cubrir los previsibles reembolsos de los cuatro países más débiles) y los primeros signos de la crisis..., ¡cuánto tiempo perdido! ¡Y a qué precio hemos pagado el electoralismo a corto plazo que ha guiado los pasos tanto de Gordon Brown como de Angela Merkel!
¿Gordon Brown? Nicolas Sarkozy y Angela Merkel le pidieron que actuara contra los hedge founds y diera su aval a un plan coordinado destinado a frenar -incluso por vías coercitivas- los movimientos especulativos, al menos los que se alimentaban de los falsos rumores. A lo que el todavía primer ministro británico respondió que él no podía hacer nada contra la City, salvo perder las elecciones. Resultado: a base de no hacer nada, de todos modos perdió el apoyo de la City, que finalmente pidió el voto en su contra.
¿Angela Merkel? Ha mostrado un rostro dubitativo y oportunista que no le conocíamos. Pese a haber aceptado, al comienzo del proceso, sumarse a la afirmación de solidaridad con Grecia, luego, dio marcha atrás y, más tarde, multiplicó las condiciones, para, finalmente, tener que sumarse deprisa y corriendo a un plan infinitamente más costoso de lo que habría sido la ayuda que Grecia necesitaba inicialmente. En su descargo, es cierto, una doble constatación: el soberanismo no es un producto exclusivamente francés, también existe en Alemania; la nueva coalición que la canciller forma con los liberales es de hecho paralizante. Resultado: cuando de lo que se trataba era de hacer concesiones al soberanismo ambiente para conservar la mayoría en el Bundesrat (la asamblea que representa a los Länder) y, por tanto, conservar una mayoría de derechas en Renania del Norte-Westfalia, ella esperó demasiado; y también perdió las elecciones.
He aquí pues una gran lección de esta crisis: no sirve de nada abandonarse aquí o allá a los pequeños cálculos electorales. Cuando uno se enfrenta a fenómenos de tal gravedad, hay que tomar las medidas necesarias: y mala suerte por los resultados de las elecciones. Segunda lección: queda demostrado que, en materia de construcción europea, y como siempre sostuvo Jacques Delors, el inmovilismo era, y es, simplemente imposible. El inmovilismo es la marcha atrás y, a no mucho tardar, la amenaza de la desintegración y la deconstrucción.
El "maxiplan", es fruto de un compromiso francoalemán. Nicolas Sarkozy anunció, el jueves por la noche, un mecanismo comunitario que presentaba una doble ventaja: la de ser... comunitario (de facto, federal), y rápido y flexible en su ejecución, ya que una mayoría cualificada puede ponerlo en marcha. Al mismo tiempo, representa un paso muy claro hacia el renacimiento de una perspectiva política para la Unión Europea. En un primer momento, sólo los británicos parecieron poner reparos argumentando que, al no estar en la zona euro, era impensable para ellos poner un céntimo para el eventual salvamento de ésta; luego, las cosas se complicaron con una nueva marcha atrás de Alemania que, finalmente, consiguió forzar un retorno, en lo esencial, a los procedimientos bilaterales. El fondo, que, de hecho, es el enunciado de una garantía de más de 800.000 millones de euros, se basará, para lo esencial, en mecanismos bilaterales. Como los que se han puesto en marcha en favor de Grecia, que implican, como contrapartida por parte de ese país, un vigoroso esfuerzo de saneamiento de las cuentas públicas; pero que devuelve también a cada uno de los países miembros de la zona euro y, especialmente, a Alemania, un derecho de veto sobre su activación. Como nota para el optimismo, cabe retener de este compromiso que, a pesar de todo, incluye un elemento comunitario. Y, sobre todo, que autoriza al Banco Central Europeo (BCE) a actuar por sí mismo. El BCE podrá, como la reserva federal estadounidense, y como recomendaba el economista Muriel Roubini, comprar directamente títulos emitidos por tal o cual Estado de la zona euro y, de hecho, crear su propia moneda para comprar la deuda de los Estados, si esto fuera necesario.
Hay otro acontecimiento importante que hizo posible este compromiso: la intervención directa de... ¡Barack Obama! El poder de persuasión de Nicolas Sarkozy no bastó para convencer a la canciller. Fueron necesarias dos conversaciones telefónicas con el presidente norteamericano para que Angela Merkel se hiciese cargo cabalmente de la situación internacional y de la urgencia de dejar atrás sus preocupaciones electorales.
Es una suerte que Estados Unidos haya apoyado todo aquello que iba en el sentido de la consolidación de la zona euro. También es cierto que una Europa en crisis podría retrasar la salida de la crisis en la que, a su vez, está inmerso Estados Unidos; como lo es igualmente que un euro demasiado débil podría ralentizar la recuperación norteamericana.
En esta situación hay que integrar también dos hipotecas. La primera es la hipoteca británica. El acontecimiento ha sido relegado a un segundo plano, pero podría llegar a repercutir en la situación europea. Los británicos han votado, pero se han abstenido de escoger, pues los conservadores no han ganado y los laboristas y los liberales han perdido. Ahora bien, si los conservadores gobiernan en solitario, o si, coaligados con los liberales, imponen sus puntos de vista en materia de política exterior, nuestras dificultades están lejos de haber quedado atrás. Pues el programa de David Cameron es ni más ni menos que dar los primeros pasos para la salida progresiva de la UE mediante el cuestionamiento de los tratados existentes y la multiplicación de opting out de todo lo que el Reino Unido considera molesto en Europa, especialmente en materia social. De ser así, nos veríamos confrontados al estallido de una crisis dentro de la crisis. Para el Reino Unido, sería además un contrasentido estratégico. Y, también en este caso, hay que mirar hacia Estados Unidos. Recientemente, Barack Obama notificaba sin ambigüedad a Gordon Brown que su visión del mundo ya no podía basarse en una "relación privilegiada" con el Reino Unido. En otras palabras: Estados Unidos considera que el Reino Unido debe convertirse en un elemento del conjunto europeo, como lo son Alemania y Francia. ¿E iba a ser este el momento que escogieran los conservadores para alejarse de Europa?
La otra hipótesis es, por supuesto, la de la opinión pública. Lo habíamos olvidado demasiado pronto: la crisis financiera y bancaria, de la que aún no hemos salido, desencadenada por la quiebra del sistema norteamericano de subprimas y la del banco Lehmann Brothers, estuvo a punto de arrastrarlo todo. Apenas tuvimos tiempo de olvidarlo cuando ya estábamos de nuevo confrontados a un terremoto que, esta vez, ponía en tela de juicio la credibilidad de cierto número de Estados europeos. Como es sabido, en momentos así, resurge la tentación populista, espoleada por el cortejo de medidas de austeridad que, inevitablemente, traen de la mano. Por otra parte, el populismo es la versión soft de unas reacciones mucho más duras y radicales que pueden sobrevenir aquí y allá y extenderse a continuación a todo el continente europeo. Por lo tanto, la pedagogía y la solidaridad por parte de los diferentes responsables -y, en buena lógica, de los líderes de las distintas fuerzas de oposición- son más urgentes que nunca. Aún no hemos llegado a eso. Pero no está prohibido tener esperanzas.
Jean-Marie Colombani, periodista francés, fue director de Le Monde. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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